No me voy a referir a si la situación generada tras la postergación en la licitación de la represa de Angostura es caldo de cultivo para una protesta violenta y radical. No pretendo analizar si Juan Manuel Guillén está utilizando este tema para armar una base política que le permita terminar decentemente su precaria gestión en el Gobierno Regional de Arequipa. Tampoco quiero hacer de filtro democrático para denunciar a quienes quieren aprovecharse de esto con fines electoreros. Nada de eso. Solo voy a decir lo que siento respecto a un tema. Y es que mucho se está hablando de que estamos ad portas de un segundo «arequipazo».
Lo dicen algunos coleguitas -y ahí radica mi molestia- con especial irresponsabilidad. Parece que junio del 2002 fue la única vez que se sintieron periodistas, por eso quieren que vuelva a pasar. O sea, mi impresión es que les gusta estar entre bombas lacrimógenas para luego ir a su barrio y panearse con la chica de la esquina o con sus sobrinos. Me late que mientras el tombo los agarra a palos buscan una cámara y ponen su mejor cara de dolor para salir en la foto. Tiendo a creer que tienen un cierto rechazo al diálogo, que no son buenos informantes en tiempos de paz. Muchos de ellos, al arequipazo le dicen «gesta de junio».
No sé si esté equivocado pero, no es que llegues a la redacción de tu medio te den tu cuadro de comisiones y leas: «Toma de carretera en Imata. Enfrentamientos con la policía» y digas ¡bien! ¡La hice! Casi nunca pasa eso porque, generalmente, te mandan a esas cosas cuando por la tarde ya has planeado una cita con tu enamorada/novia/esposa o cuando por la noche debes ir a recoger la libreta de tus hijos. Además, seamos honestos, cada huelga con enfrentamiento es soplarse dos cosas: los gases de la policía y los gases de los manifestantes. Eso no es bonito.
Que en el momento de la cobertura sientas que debes ir al frente y hacer lo que te corresponde y que agarres valor para, en medio de las bombas, sacar una foto, filmar una pelea o entrevistar a un manifestante, es otra cosa. Esa es la gracia, ahí está el misterio, irresponsables colegas. Una huelga violenta no es algo deseable, nunca. Menos si la vas a usar para panearte, todo pechugón, de que te tocó cubrirla. Promover, desde tu posición de periodista, una acción violenta (que perjudica a la sociedad en la que vives) es digna de sujetos anormales, sin humanidad y con una mochila de egoísmo en las espaldas.
La riqueza de la cobertura de esas situaciones no radica en el ufanarse de que estuviste allí o en el desear que ocurra, sino en la pasión que significa entregarte por completo a la narración de los hechos en medio de dos fuegos, sin saber a dónde ir, solo para que al día siguiente un señor a quien no conoces abra el diario y lea, tomando una taza de café caliente, la crónica que obtuviste con tanto sacrificio. Informar desde el miedo es un extraño llamado que descubrimos cada vez que, por desgracia, ocurre un acto que pone en riesgo la vida de muchos, inclusive la de nosotros mismos.
Así que no me vengan a pregonar arequipazos. A la larga, esos lengua larga que quieren repetir la mal llamada «gesta de junio» se quedarán en sus cabinas de radio, muy cobardes, y hablarán sin que nadie les mire el rostro, invocando a la violencia para sentirse periodistas importantes, al menos mientras dure su noticiero.