Un amigo periodista me comentó que una empresa de estudio de mercados le ofreció un sondeo de opinión -con resultados tabulados- en 24 horas (mismo sastrería que te ofrece los ternos de un día para el otro). Hoy, mientras venía al trabajo, escuché al conductor del noticiero de una emisora haciendo una «encuesta flash». Hace una semana leía en un diario los cargos a los que podría postular tal o cual candidato. Las universidades tienen sus encuestadoras. Hasta el Apra -dice- tiene su encuestadora. Nos ha dado «encuestitis».
Sondeos nacionales y regionales llenan hoy en día las páginas de los medios de comunicación social. Perfiles del elector, quién pasa a una segunda vuelta, si es mejor postular al gobierno regional o al congreso, nombres del posible outsider, alianzas electorales, etc. Cifras, datos, porcentajes, probabilidades, estudios, interpretaciones. Bulla.
Sería un ejercicio sano que antes de votar no miremos los sondeos y vayamos a la información objetiva. Propuestas, planes, proyectos, ideas, corrientes de pensamiento. Qué piensan hacer los candidatos en temas vitales: familia, educación, cultura, trabajo, economía, salud, pobreza. Los gritos y los insultos en nada determinan la capacidad de un futuro gobernante.
Una encuesta es una herramienta de medición importante más no determinante. Siempre resultará más trascendente lo que un candidato pueda decir (o dejar de decir) sobre los temas antes mencionados. Exigir un programa de gobierno y una hoja de vida detallada, constituyen dos actos de seguimiento permanente para los medios.
Finalmente, aquellos que postulan a un cargo público deben tener bastante claro que aspiran a un puesto de servicio donde el bienestar integral de la persona debe ser el horizonte de trabajo. Nadie puede llegar al poder solo para querer manipularlo a su antojo y aprovecharse de los beneficios e inmunidades que la ley establece para aquellos que tiene el encargo de representarnos.