Hace tiempo quería escribir sobre este tema, pero no sabía cómo plantearlo.
Ahora mismo no sé muy bien si lo que aquí exprese será correcto o una pachotada monumental, como las cientos que usted, amable lector, puede encontrar en este blog. Sucede que estoy, después de algún tiempo, volviendo a cubrir comisiones callejeras. Si bien el medio que dirijo no depende del día a día informativo, la convención minera hizo que me dé una escapada y comparta el labororioso trabajo de cubrir calle, al menos por unos días.
Pensé que me iba a sentir muy cómodo volviendo a ese periodismo del que tanto aprendí en algún momento de mi vida. No fue del todo así. Y no es que no me guste la calle o que haya perdido la capacidad de ensuciarme los zapatos, que me asuste con un grupo de obreros de construcción civil que avanzan con sus palos en la mano, que meta micro cuando sea necesario o que me aburra de esperar pacientemente la buena gana de un ministro para declarar. Todo lo contrario. Pasó que me chocó demasiado la soberbia con la que algunos periodistas se erigen a sí mismos como tótems del conocimiento absoluto de la realidad, sólo porque alguien les dio algún off de the récord en algún cocktail o en medio de alguna ocasional conversación.
No tengo la menor duda de que la aproximación a la realidad de un periodista que cubre la calle es genuina, enriquecida por el contacto directo con la fuente y el trato cotidiano con realidades complejas. Allí, en el día a día, se conoce de cerca el dolor y la alegría; la muerte y la vida; la corrupción y la gradeza humana. Nada como una buena agresión para forjar la reciedumbre o una amenaza al celular para acostumbrarte a vivir la confianza. Nada como la alegría de saber que tu entrevista ayudó a un ser humano a salir adelante o que simplemente tu presencia colaboró con impartir justicia a un débil. Nada como tratar directamente con una fuente que te suelta datos, para darte cuenta de la importancia de la prudencia en este oficio. Pero de ahí a pensar que porque sales a la calle, sabes de todo, hay mucha distancia.
Eso es lo que me choca. Porque me parece mediocre reducir el conocimiento de la realidad a una experiencia callejera. Porque me parece despreciable que muchos crean que saben más porque les contaron más que al otro, y no hayan agarrado un solo libro a lo largo de su carrera periodística. Porque no me cuadra que una aproximación a la realidad, amplia, serena y reflexiva, sea despreciada por aquellos que prefieren que alguien les cuente «cómo fueron las cosas», y encima ufanarse. Porque no creo que sea mejor periodista aquel que hace llorar o carajear a su entrevistado solo para tener una imagen. Porque no entiendo cómo los lentes oscuros, el saquito, la corbatita rosada y los zapatos de moda, han reemplazado a la necesidad de tener siempre una hondura particular para entender cada proceso de la vida humana. Porque no entiendo qué rayos hace en la calle un periodista con un micro en la mano si la única pregunta que tiene en la boca es «¿cuántos beneficiados tiene su proyecto?» y luego salga bien pechugón diciendo «este tío no sabe nada».
Esos son a los que se les hincha el pecho cada vez que alguien les da un off the record. Son los que alucinan saberlo todo y creen (y hacen creer) que su mar de conocimientos tiene tanta profundidad como el oceáno pacífico, cuando su dolorosa realidad es que su cerebro concentra tanto saber como agua tiene un charquito que no les cubre ni la planta de los pies….y no quieren reconocerlo…y por eso se amparan en el dato que les dieron a la vuelta de la esquina para sentirse respetados.
Felizmente, también hay de los otros…gracias a Dios por eso.